Los ciudadanos son aquellos a quienes se les respeta y reconocen sus derechos humanos, pero sobre todas las cosas que sabe defenderlos. La inercia colectiva es preocupante, también la provocación de violencia de algunos como alternativa ante los conflictos
Me preocupa, cada día más, el hecho de observar cómo nos vamos acostumbrando, con una rapidez abrumadora, a perder nuestros derechos. Asumimos que son normales muchas cosas que suceden, amén de abandonar cualquier posibilidad de reclamo ante las instancias correspondientes, porque también nos acostumbramos a que no nos respondan.
Leer la cifra de más de 48 cadáveres diarios entrando a la morgue ya nos parece algo normal. Ir al supermercado y no encontrar los productos básicos de nuestro consumo, o una marca que nos gusta, es normal. Recorrer hasta tres supermercados distintos para completar un mercado ya no es algo ilógico. Tomarse fotos en supermercados en el exterior con anaqueles llenos de productos y de varias opciones del mismo producto, resulta no sólo una aventura sino una suerte de turismo de consumo básico que jamás nos acompañó, al contrario desde países cercanos se venía a Venezuela para hacer un mercado de calidad, de nivel y de buen precio.
Inercia asombrosa
Nos acostumbramos también a acudir a las tiendas y comprar ropa y calzado a cualquier costo y que de una semana a otra tengan precios completamente distintos. Nos acostumbramos a no preparar tortas con frecuencia porque no hay harina. Ni el pan canilla en la cantidad que desee puede comprar, porque ahora se lo venden racionado. Hemos asumido como normal que existan cartelitos que digan “solo dos por persona”, en este un país petrolero.
También forma parte de nuestra costumbre pagar a cualquier policía para evitar la infracción o contratar un gestor para que realice actividades que por lo general son indelegables. Nos hemos acostumbrado a hacer la cola para comprar pollo, carne o pernil.
Nos hemos acostumbrado a la diatriba política constante, al insulto, a la confrontación. Igual sucede con el agua y la luz, al punto que quienes pueden compran plantas eléctricas, los demás simplemente asumen su pérdida sin decir nada, agradeciendo, para colmo, tener más luz que el día anterior.
También nos hemos acostumbrado a que el Presidente constitucionalmente electo esté enfermo y que otro gobierne por él. Todo esto es la normalidad de un país donde la costumbre ha ido desplazando a los derechos por falta de respuesta de las autoridades, pero también por una inercia asombrosa entre sus ciudadanos que han convertido lo ilegal, lo ilógico y lo absurdo, en su modo de vida cotidiano, sin que absolutamente nada nos haga entender que no sólo no hay leche, o azúcar, o harina, sino que no hay respeto a los derechos que como ciudadanos nos garantiza, no sólo la Constitución Nacional, sino también los Pactos y Convenios Internacionales.
Autoridades deben responder
No se trata aquí de discutir quién es el responsable de muchas de las cosas que menciono, pero queda claro que toda autoridad dentro del ámbito de sus competencias debe responder por garantizar los derechos ciudadanos.
Si de consumo de alimentos se trata y el discurso del acaparamiento de la empresa privada es cierto, pues hay que activar los mecanismos para que respondan.
Si se trata de un saboteo de la empresa privada, pues de idéntica forma hay que hacer cumplir la ley.
Si es responsabilidad de entes ejecutivos, pues el resto de los poderes públicos tienen que hacer valer su propia autoridad y activar los mecanismos de control, pero dudándose de la división de poderes resulta difícil pensar en una respuesta oportuna, que incluya la responsabilidad administrativa o penal de algún ente público.
Sacudimos el polvo
sin darle importancia
El problema más trascendente es que ninguna sociedad puede soportar mucho tiempo una costumbre viciada y además sustentada en una constante y desgastante polarización política, absurda, donde pareciera nadie se quiere dar cuenta que los derechos ausentes desaparecen de la vida de todos los venezolanos, independientemente de su tendencia política.
Lo más grave de todo es que las generaciones de relevo están creciendo bajo la influencia de esa nefasta costumbre de pérdida de derechos en silencio o de una constante inconformidad con lo que tenemos, generándose un desamor absoluto por el país, desapego total a los principios y valores patrios, y lejanía inmensa a la cultura de los derechos. Estamos generando un país de habitantes, no de ciudadanos. Los ciudadanos son aquellos a quienes se les respeta y reconocen sus derechos humanos, pero sobre todas las cosas que sabe defenderlos. La inercia colectiva es preocupante, también la provocación de violencia de algunos como alternativa ante los conflictos. Los políticos en lo suyo, los ciudadanos en un egoísmo creciente donde sólo se sufren y padecen los problemas propios sin importar el colectivo. Ya no nos interesa el país, ni sus problemas. Tampoco nos preocupa el desarrollo de los acontecimientos que no tocan a nuestra puerta. Parece que basta con vivir y sufrir disconformidad en cuatro paredes, sin darnos cuenta que lo que viene sucediendo es como un mueble cuando tiene termitas: sacudimos el polvo sin darle importancia y cuando menos lo esperemos se caerá el mueble, comido por dentro sin que hayamos puesto remedio.
La peor costumbre es aquella que nos lleva a anular nuestra esencia ciudadana y a un constante debilitamiento de nuestros derechos humanos. Por lo menos asumir con responsabilidad que estamos perdiendo, para luego no decir que no lo advertimos a tiempo.
TIPS PARA QUE TE DEFIENDAS
Este espacio debería estar ocupado por esos números que lleno con recomendaciones y consejos. Hoy creo que cada uno debería reaccionar a título individual y reconocer que no estamos construyendo el país que merecemos. Que el letargo hay que romperlo con acciones que desde lo individual construyan lo colectivo. Debemos acudir a las instituciones y quejarnos por aquellas cosas que no están bien y exigir respuesta, que si bien nunca llega, por lo menos no nos coloca en la misma anarquía que generan quienes tienen la obligación de responder.
Creo firmemente en el poder de la denuncia colectiva, no bajo forma de protesta politiquera, sino la real, la que está acompañada de conciencia ciudadana y no de colores políticos. Lamentablemente se ha prostituido la protesta apoderada por intereses individuales de quienes no hacen buena política. El ciudadano debe recuperar sus espacios y las minorías deben ser escuchadas.
Este es el momento donde cada uno debe pensar en qué hacer para defenderse, aquellos que escojan la comodidad de la inercia tendrán como recompensa un país abandonado y en retroceso. Los que decidan unirse para defender sus derechos tendrán como ganancia ser distintos y sentar las bases para que la ciudadanía y los derechos humanos triunfen.
Asumir, avanzar y reaccionar son las claves PARA QUE TE DEFIENDAS.
Para que te defiendas / Mónica Fernández / Twitter: @monifernandez